Sobre la mesa de mi cocina, una mesa muy larga de unos 3 metros y medio con la parte superior de aluminio y que me sirve como mesa de trabajo, hay 5 lamparas. Las cinco lamparas estan enchufadas literalmente, con un enchufe, del techo que debe tener unos 4 metros de alto, posiblemente un poco más.
Las lamparas estaban ya aquí cuando llegué, no las compré yo y a pesar de que no es lo que yo hubiese puesto, no me desagradan y me son muy útiles, paso horas bajo ellas dibujando así que les he tomado cariño. La persona que vivía antes aquí me contó que compraron las lamparas a un diseñador coreano (creo) y que son bastante caras.
Ayer, justo cuando me disponía a empezar a dibujar el suelo de baldosas hexagonales del cuadro que estoy pintando, una de las lamparas se desenchufó sola, el enchufe cayó hasta la mesa y me quede sin luz justo encima del cuadro.
Más que como un contratiempo me tomo estas cosas como un regalo. Odio los puzzles, las sopas de letras, los crucigramas o los vídeojuegos basados en resolver complicados rompecabezas, no concibo perder tiempo y esfuerzo resolviendo un problema que no te repercute mayor beneficio que el de «matar el tiempo». El tiempo es lo único cierto que tenemos todos, un regalo de origen divino que se nos hace al nacer y el hecho de «matarlo» me resulta de lo más mediocre que se puede hacer con él, matar el tiempo es de estúpidos y es un insulto a quien sea que te lo haya dado el día que tuviste la suerte de poner un pie en La Tierra. Mataría antes a mis padres que a mi tiempo.
Dicho esto, que el enchufe cayera sobre mi cabeza, y desconectara una bombilla que está enchufada a 5 metros sobre mí, me permitía resolver un puzzle sin la necesidad de matar mi tiempo, si no todo lo contrario, resolver un problema.
El desafío era volver a enchufar la lampara sin tener una escalera con la que llegar ahí arriba, hasta el lunes no vienen los de la limpieza que sí que tienen una, y sin arriesgar mi vida poniendo una silla sobre otra silla y sobre una mesa a 5 metros de altura sólo para enchufar una lámpara.
Se me ocurrió intentar lanzar el enchufe al techo apelando a la gran suerte que siempre he tenido y que se enchufase casi por arte de magia, en otras ocasiones me han sucedido cosas parecidas en la vida y las he arreglado de esa forma, usando mi suerte. Tras dos intentos fallidos entendí que debo usar mi suerte sólo para cosas importantes como siempre he hecho y se me ocurrió atar dos palos de escoba uno sobre el otro con cinta adhesiva, pegar el enchufe en un extremo de estos con cinta adhesiva también, llegar hasta arriba con el palo largo que había construido y enchufarlo. Parecía funcionar. El único problema es que necesitaba que alguien esperara al cable arriba para despegar la cinta adhesiva del enchufe y poder despegarlo del palo, era eso o dejar el palo colgando del techo junto con el enchufe. Por un segundo casi me doy por vencido, hacía rato que estaba empezando a sentir los síntomas de esa enfermedad rara que padezco, y estaba por tirar todo e irme a la calle a comer exquisitos niguiris. Justo en ese instante, cuando pensé en sushi, se me ocurrió lo que fue en parte la solución a mi problema.
Necesitaba dos chopsticks gigantescos, dos palillos chinos de un tamaño descomunal que me permitiesen coger el enchufe como si fuese un fideo larguísimo y llevarlo hasta su destino: el techo. En este punto Yael empezó a decir que vivir conmigo era como vivir con un payaso del circo Ringling.
Uno de esos que empieza por poca cosa, un enchufe que se cae, y termina liándola y creando una catástrofe en la casa de proporciones, en ese momento, difíciles de predecir. Yo como siempre hago, y como hacen las personas que tienen una misión que cumplir, hice lo que debía y sequí con mis obsesiones: El Techo, el enchufe, el sushi.
Además acababa de caer en la cuenta de que tenía en mis manos justo lo que pedía, dos chopsticks gigantes: los dos palos de la escoba de antes, y solo necesitaba un par de detalles más para hacer de eso el instrumento perfecto para enchufar cables en enchufes que están a 5 metros de altura.
En cuanto construí mis palillos chinos gigantes tuve la certeza de que era cuestión de minutos que resolviese aquel puzzle. Tenía fente a mí a LA SOLUCIÓN.
Tranquilo y con la seguridad del que se sabe vencedor, decidí no poner el enchufe aún en su lugar y salí a la terraza a ver como se ponía el Sol sobre Vancouver. Los momentos previos a la victoria segura, ese instante en el que aún no has ganado pero te das cuenta de que con tu siguiente golpe vas a tirar por el suelo el problema que tienes delante, es mejor que la misma victoria y es un momento que siempre intento alargar todo lo que me es posible.
Volví a mi mesa y subí ese cable a las alturas, levantando los dos enormes chopsticks con una sola mano, mi cetro, mis súbditos se arrodillaron ante la majestuosidad de mi inteligencia, y posé delicadamente el extremo del cable sobre el enchufe del techo.
Y seguí dibujando, seguro entonces, de estar trabajando en algo de lo que se hablará años y años después de que me vaya con la certeza de no haber matado ni un sólo segundo de mi tiempo.